La ciudad del Cavallino, la única escudería con presencia perfecta en la F1. Su fábrica, el museo, los modelos que se pueden alquilar para darse el gustito de manejar… Excursión al mundo de la Rossa.
¡Cómo no van a pedir los tifosi que la visita a Imola siga en el calendario de la Formula 1! La cita en el autódromo Enzo y Dino Ferrari es la carrera de local para Ferrari. Sí, es cierto, está Monza, pero el trazado boloñés está a tan solo 85 kilómetros de la fábrica del Cavallino. Estando tan cerca, la visita a Maranello es obligada. Por eso no sorprende que el día después del GP de Emilia-Romagna, en la estación central de Bologna se vean varias camisetas de la Scuderia. Desde ahí, tren a Modena por 4,30 euros. Al llegar, hay que caminar unas diez cuadras hasta la Autostazione bus, que se encuentra a unos 200 metros del estadio de Modena, club que milita en la Serie B y que tuvo su último paso por la Serie A en la temporada 63/64 (descendió en un desempate que perdió con Sampdoria).
Ya en la Autostazione, hay que esperar por el colectivo 800, que va a Maranello y pasa cada una hora. Dato: el boleto cuesta 3,30 euros y se debe validar en la máquina que está en la parte delantera del bus. Un inglés, dos chinos y un japonés que viajaban cerca de ESPN.com no lo hicieron y les salió caro. En la segunda de las 23 paradas que tendría el viaje, subieron los controles. Por más explicaciones que daba el británico, que lo acababa de comprar, que no sabía que se validaba y demás, debió pagar la multa de ¡77 euros! El japonés, el último de los no validados, evitó la discusión, solo pasó su tarjeta de crédito por el posnet.
Cualquier duda sobre la posibilidad de pasarse de Maranello o no saber dónde hay que bajarse del autobús desaparece de golpe. El 800 sube una pequeña cuesta, cruza un puente y, de repente, a la derecha, queda a la vista el circuito de Fiorano. Señoras, señores, bienvenidos a la casa de Ferrari.
Como no puede ser de otra manera, una Ferrari negra gira en el trazado. “Diego la vuole nera”, viene a la memoria. Más al fondo, la torre del autódromo, pintada de rojo, con el escudo de a la marca en amarillo y negro. Desde esa carretera se puede ver perfecto cuando gira un coche. Cuántos se habrán colocado ahí para ver girar a algunos muchachitos como Michael Schumacher, Fernando Alonso o Lewis Hamilton, solo por mencionar algunos.
Dos cuadras más adelante, y cruzando la ruta, aparece la histórica planta de Ferrari, que fue mandada a construir por Enzo Ferrari en 1943. Il Commendatore creó la marca en su taller de Modena y se mudó a esa planta de Maranello. Todo es color rojo en la zona: el frente de los locales, las remeras de los fanáticos que esperan que el semáforo corte para sacar una foto desde el medio de la calle, la ropa de los empleados que salen y entran. Es hora del almuerzo. Muchos trabajadores están vestidos como si fueran mecánicos del equipo de F1. La gente de seguridad de la planta está atenta, porque hay apenas una barrerita y algunos, en su afán por tener una mejor imagen, prácticamente se meten adentro. “Por favor”, se escucha en italiano. Parecen estar acostumbrados.
Al cruzar nuevamente la avenida y volver para el lado del circuito, una calle hace una curva y desemboca en la nueva planta. Con un diseño moderno, lejos de la parte antigua. Allí entran y salen camionetas rojas Fiat Ducato eléctricas, un sacrilegio para Ferrari, pero el medioambiente hay que cuidarlo. Un grupo de fanáticos esperan en la puerta, marcador en mano, gorrita lista, teléfono con la cámara preparada… Se corrió la voz de que adentro está uno de los pilotos, quizás los dos. No parece ilógica la presencia de Lewis Hamilton o Charles Leclerc, apenas un día antes habían corrido en Imola. Cada empleado que sale es respetuosamente abordado: “¿Sabés si están los pilotos?”, preguntan en inglés, italiano, se escucha algo en francés, algo en vaya uno a saber qué idioma… La respuesta es siempre la misma: “No sé”. Tampoco lo dirían, por supuesto. Cada vez que se escucha el ruido de un auto que está por salir, todos se ponen en guardia. Mientras tanto, por la puerta se ve pasar una Ferrari y otra y otra. ¿Qué pasa?
Cerca de la planta, además de locales de merchandising donde hay absolutamente todo lo que alguien se pueda imaginar, hay cinco lugares para alquilar Ferrari. Sí, solo hay que tener registro, y plata, claro. El precio varía según modelo y tiempo que se quiera usar. Sí, la maneja el que el alquila, nada de un chofer. Algunos ejemplos: Portofino V8 está 120 euros los diez minutos y se pueden hacer nueve kilómetros. Y hay más, siempre en diez minutos: Portofino M V8 (140), GTC4 Lusso V12 (150), 296 GTS V6 (210), Huracan Pereformante V10 (180). También hay una 812 GTS Superfast V12 que arranca con 15 minutitos a 370. Lo más caro en la lista del lugar visitado por ESPN.com, dos horas con la 812 GTS Superfast V12 por 2.850 euros.
La caminata sigue. Un par de cuadras después de la planta está el museo, visita absolutamente imperdible. Se pueden visitar los dos (Modena y Maranello) o uno solo. Si solo se ingresa a uno, la entrada cuesta 27 euros. Conviene sacarla anticipada online para evitar la cola que hay al llegar. Un datito de ayuda: si está en la cola, saque nomás el celu, compre ahí mismo y adiós a la fila. La primera parte del recorrido incluye un repaso de la historia de la marca, con autos de épocas diferentes y hasta se puede ver la oficina que usaba Enzo Ferrari. Cuántas decisiones habrá tomado Il Commendatore en ese escritorio.
La parte final está reservada a la competición y, claro, en un momento se llega a la historia de la F1. La imagen y la música de fondo erizan la piel. Poco importa si se es hincha de Ferrari, ahí está la historia de la única escudería con presencia perfecta en todas las temporadas del Mundial, que solo faltó a la primera carrera, en el GP de Gran Bretaña de 1950. El debut fue en la segunda, en Mónaco. Y nunca más se fue. Es el equipo en el que todo piloto quiere correr, es historia pura.
Trofeos, la imagen de todos los pilotos que fueron campeones con la Rossa, desde Alberto Ascari, el primero, hasta Kimi Räikkönen, por ahora, el último. En el medio, Juan Manuel Fangio (1956) y, claro, Michael Schumacher, con cinco coronas. Allí descansan diferentes chasis de F1, con preponderancia de los que usó Schumacher. No es para menos, el alemán fue el más laureado con la marca italiana. Está esa creación increíble de Ross Brawn que fue la F2004, con la que el Kaiser consiguió su séptimo título. Está el modelo 156/85 que usó Michele Alboreto en 1985, el F2007 con el que Kimi fue campeón. También, la SF1000 de 2020 con decoración especial que Charles Leclerc utilizó en Mugello, en plena pandemia, por las 1000 carreras de Ferrari en la F1. Realmente, no dan ganas de salir nunca de ahí. Motores V12 a la vista… Magia pura.
Después de esa sala, el recorrido desemboca en la historia de Ferrari en la competición y, por supuesto, no puede faltar José Froilán González, el argentino que le otorgó a la Scuderia el primer triunfo en F1 en el GP de Gran Bretaña de 1951, en Silverstone. Y se suman otros modelos icónicos que aceleraron en las pistas del mundo. El cierre del paseo es en el clásico stand de merchandising donde se pueden comprar gorras por 60 euros, remeras por 100 o 120 y hasta un volante de la SF-24 por 7.990 euros.
Solo resta un paseo por la ciudad. Mejor dicho, el pequeño pueblo. Es muy chico. En el centro, justo frente a la catedral, está la rotonda que recibe a los visitantes con el cartel Citta di Maranello. Y no hay una fuente o una estatua de algún prócer, no, está el cavallino rampante en negro. Visitar la iglesia no parece el mejor plan, justo hay un sepelio. Son las 14, el sol aprieta y en la calle no hay nadie. Todo está cerrado, salvo una coqueta heladería. En el parque Enzo Ferrari está el monumento inaugurado en 2013 para conmemorar los 25 años de la muerte del creador de la Rossa. La obra realizada por el artista suizo Franco Carloni fue bendecida por el capellán Sergio Mantovani, el mismo que repicaba las campanas de la catedral de Maranello cada vez que Ferrari lograba un triunfo.
No será el único memorial en la ciudad. Un monumento recuerda a Gilles Villeneuve a 100 metros de la entrada principal del circuito de Fiorano. Su busto está rodeado por un arbusto que simula una corona de laureles. El canadiense, fallecido en el GP de Bélgica de 1982 en Zolder era la debilidad de Enzo. De hecho, la calle de ingreso al trazado lleva también el nombre del piloto.
El paseo por la ciudad regala banderas de Ferrari por varios lugares como escenografía. Las hay en mástiles, en balcones… “Yo trabajé 40 años en Ferrari. El mejor piloto que vi en mi vida fue Schumacher”, le cuenta a ESPN.com un hombre que anda cerca de los 70 años. Schumi, claramente, marcó la historia de Ferrari. Cuando se le pregunta qué piloto de ahora le gusta, duda: “Leclerc”, suelta, pero no muy convencido.
Son casi las 18, hay que emprender la vuelta. Caminata bajo el sol hasta ese mismo puente donde todo empezó. Llega el 815. “Es lo mismo que el 800”, dice un italiano, hincha de Inter, quien había estado en la carrera de Imola. El viaje al planeta Ferrari se había terminado.