Era el mes de diciembre y Karl-Anthony Towns, solo un niño, cursaba cuarto grado. Como el resto de sus amigos, esperaba ansioso la llegada de Santa Claus. En su mente de infante, en sus tardes de sueños en continuado, se presentaban pelotas, juguetes y bicicletas.
Pero nada de eso ocurrió. En vez de Santa Claus, quien se presentó fue su padre, Karl Towns Sr. Se disculpó, abrazó a su hijo y le dijo: "No puedo permitirme ningún regalo". La infancia del interno de New York Knicks de ascendencia dominicana tuvo privaciones en lo material, pero jamás en el cariño.
Su padre, entre lágrimas, se propuso un plan especial. Y ese sí que lo cumplió. Retiró todos los ahorros de su cuenta. Comenzó cavando hoyos en la parte trasera de su residencia de Piscataway, New Jersey. Luego tiró grava, cemento y con aerosol marcó las líneas para practicar. Hizo también, con cemento, un sendero desde el fondo de la casa para que el pequeño Karl no tuviese que caminar en el barro. ¿El aro? Todavía no había dinero. Se improvisó con un Fisher Price de plástico.
El proceso estaba en marcha. "Fue uno de los mejores momentos de mi vida", contó Towns en un artículo publicado en 2020 por Jonathan Abrams en Bleacher Report.
Karl-Anthony fue de menos a más. Su padre, Karl Sr., entrenador de básquetbol, llevaba a su hijo a las prácticas. Se hacía tiempo como podía para compartir con él. Su madre Jacqueline corría cada mediodía para cocinarle pechuga de pollo, maíz y arroz, comida típica de su país. No tenían mucho, pero lo que tenían se compartía. La educación fue siempre prioridad, tanto con los libros (Karl-Anthony estudió kinesiología en Kentucky y sueña con ser doctor al final de su carrera), como con el respeto hacia los demás. Se enseñó en casa no interrumpir a nadie, mirar a todos a los ojos y sobre todo ayudar. Ser altruista. Dar un paso adelante por quien lo necesite.
John Calipari, coach de Kentucky, le dijo siempre a Towns que no le serviría de nada ser "buena persona" dentro de la cancha. Quería convertirlo en el mejor centro del país. Imprimirle la furia de los mejores. Con solo 16 años, Towns llegó a la selección de República Dominicana, apadrinado siempre por Al Horford quien sabía en qué se convertiría ese pequeño gigante.
Calipari estuvo, junto a él, en sus dos procesos: universitario e internacional con el país caribeño.
Cuando el abuelo de Towns murió de cáncer, recaudó fondos para combatir la enfermedad. En Newtown, Connecticut, fue voluntario en la Academia REED, una institución de New Jersey para niños con autismo. En Kentucky, en una acción con Samaritan's Feet, se quitó sandalias y medias para regalárselas a un niño bahameño que no tenía. En 2020, utilizó una remera de Black Lives Matter en defensa de crímenes raciales. Es, lo que se dice, un joven comprometido. No entiende cómo hacerlo de otra forma. Sabe lo que tuvo que luchar para alcanzar los estándares de hoy.
Levantarse y seguir. Siempre. Durante la pandemia de COVID-19, Karl-Anthony perdió siete familiares, incluyendo a su madre Jacqueline. "No importa lo que te depare la vida, puedes salir fortalecido. Los tiempos difíciles no duran, la gente dura sí. Te extraño, mamá. Este juego, mi vida... es para ti", posteó Towns en X tras convertir 60 puntos en marzo de 2022.
I say this to say...no matter what life throws at you, you can come out of it stronger. Tough times don't last, tough people do. Miss you Momma. This game....my life...is for you ❤️🕊
— Karl-Anthony Towns (@KarlTowns) March 15, 2022
Cuando en el verano pasado Towns fue transferido de Minnesota Timberwolves a los Knicks en uno de los cambios conjuntos más exitosos de la historia de la NBA, soñó con un juego como el tercero de las Finales del Este. "Gracias a mis compañeros, entrenadores y a toda la organización de los Timberwolves por las innumerables oportunidades y experiencias. Siempre ocuparán un lugar especial en mi corazón. Gracias por todo", dijo el dominicano en su despedida de la franquicia.
No fueron sus 20 puntos en el último cuarto. No fue tampoco su defensa de dientes apretados, que le permitió a Indiana Pacers anotar solo 7 puntos y 3-14 en tiros de campo con él como defensor primario. No fue tampoco el regreso de su equipo tras una desventaja de dos dígitos que parecía irremontable, con la serie 0-2 en contra. Fue un combo de todo. Lo de Towns fue una pluma, un papel, y una enseñanza de vida hecha básquetbol en el momento justo, a la hora adecuada. Así viví, así vivo y así viviré. Porque no solo fue un grito de desahogo con un saludo a la distancia, con afecto, a John Calipari; sí coach, sonría: se pueden cambiar las cosas siendo como se es. Sin traicionarse. Con dignidad, aplomo, esfuerzo y altruismo.
Towns mostró su infancia, su adolescencia y el principio de su adultez en un mismo partido. Sufrir en el comienzo, trabajar en el durante para enderezar las cosas y triunfar en el final. A su manera. Espalda con espalda con el compañero que toque, incluido Jalen Brunson, de opaco partido. "Hoy por mí, mañana por tí". O mejor dicho, juntos por nosotros. En un escenario hostil, con el público en contra, con una desventaja mayúscula, se pueden tomar dos caminos: 1) rendirse, 2) pelear con coraje hasta que las velas no ardan.
Somos lo que fuimos para explicar lo que somos. De aquel playground improvisado nacido desde el amor de su padre a imponerse contra todo y todos en el Garfield Fieldhouse de Indianápolis. Del recuerdo de los almuerzos de su madre a las corridas y la ayuda desinteresada con quien se puso enfrente. El dolor infinito de las pérdidas y el coraje para levantarse y seguir.
De no tener nada a tener todo.
Existen pocos atletas a los que la vida puso más a prueba que a Karl Anthony-Towns. ¿Excusas? No existen las excusas.
Los Knicks, que parecían eliminados, vuelven a sonreír.
La puerta de la eliminatoria, abierta ahora de par en par, tiene un cartel sobre el frente que la define: "Que nadie te diga nunca lo que podés o no podés hacer".